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Hoy vamos a adentrarnos un poco más en la historia del café y en concreto en cómo ese líquido de color negro o parduzco conquistó los corazones de los occidentales.

En la actualidad nuestras máquinas de vending suministran miles de cafés cada día, al comienzo de la jornada, durante el break a media mañana o por la noche si hay que terminar un proyecto con urgencia. Estamos presentes en puestos de trabajo, en los hospitales, en universidades o en congresos. El café tiene cabida en muchos lugares y momentos porque forma parte de la sociedad.

Pero, ¿cómo llegó el café a Europa y cuál fue su evolución en los primeros siglos?

Su entrada allá por el siglo XVI no fue sencilla, especialmente en el norte de Europa, ya que los protestantes se opusieron desde un principio. La iglesia católica también lo demonizó hasta que el papa Clemente VIII accedió a probarlo y ante su delicioso sabor y penetrante aroma decidió darle bautismo y con esa acción otorgar libertad de consumo de la nueva bebida a los católicos.

A mediados del siglo XVII comenzaron a abrirse cafeterías en las grandes capitales: Londres, París, Berlin, etc. Muy pronto, estos establecimientos se convirtieron en lugares de reunión de filósofos, artistas y pensadores. Posteriormente, en la Rusia zarista se continuó prohibiendo bajo pena de torturas y mutilaciones.

Sin embargo, la implantación en el continente era un hecho y el café cruzó por fin el charco. En un próximo artículo comentaremos cómo el café se instauró en la sociedad norteamericana a partir de una pequeña cafetería abierta en Boston.

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