Con la revolución industrial los catastrofistas comenzaron a pronosticar que las máquinas quitarían trabajo a millones de personas. Los obreros miraban con recelo aquellos ruidosos artilugios que sacaban el trabajo adelante con una productividad infinitamente superior. En aquel marco de desconfianza incluso surgió el ludismo, un movimiento que proclamó la guerra contra las máquinas en la Inglaterra de comienzos del siglo XIX…
Décadas después, aquellos temores se fueron diluyendo y lo cierto es que, a día de hoy, el trabajo sigue estando instaurado en la vida cotidiana de las personas. En datos, el mundo vive con las menores tasas de pobreza gracias al capitalismo (la pobreza en el mundo se ha reducido un 80% en el mundo desde 1970 mientras que la población se ha triplicado).
En el presente, las máquinas están trabajando codo con codo con los humanos, anticipándoles problemas, organizando información, levantando pesadas cargas y realizando cálculos matemáticos a velocidad endiablada. Han mejorado notablemente nuestra calidad de vida y esto es solo el principio. El trabajo en equipo va a ir incrementándose en los próximos años y esto aportará numerosos beneficios, sobre todo cuando se instaure de forma real el Internet de las cosas.
Los nuevos softwares analizarán Big Data con mucha facilidad y le ofrecerán conclusiones y predicciones al CEO, que solo entonces tendrá que preocuparse, con los datos y probabilidades en la mano, de tomar las mejores decisiones para su negocio.
Por último, los expertos coinciden en que a corto plazo, las máquinas no desarrollarán inteligencia así que todavía es pronto para atemorizarse con la rebelión de las máquinas. Aunque en una hipotética gráfica sobre la evolución de la inteligencia, la inteligencia humana lleva muchos siglos en un falso llano, mientras que los ordenadores mantienen un empinado crecimiento… Algún día en el futuro ambas líneas se cruzaran. Entonces habrá llegado el momento de preocuparse.
