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Paras el despertador, pones un pie en el suelo y te diriges a la ducha directo. Todavía es otoño y te atreves con el agua fría en busca de algo que te despeje. Sales del baño adormilado todavía porque tienes claro que para despertarte necesitas ese líquido negruzco con aroma potente y amargor persistente.

Tras notar la suave porcelana rozando el mango de la taza, antes incluso de que la primera gota de café contacte con tu lengua, bajan por fin tus palpitaciones. La cafeína no ha podido hacer efecto todavía por razones obvias pero tu irritabilidad baja porque tu cerebro sabe que es cuestión de segundos que recibas la primera dosis de la jornada.

Sin embargo aquí no termina la adicción y de nuevo a media mañana te sientes aletargado: necesitas una nueva ración de café, en esta ocasión servida en vaso de papel.

Después de comer, con esa sensación de siesta española, empleas de nuevo el café para salvar la tarde frente al ordenador.

Este es tú día a día y no queremos hablar de 24 horas de abstinencia, en las que llegas a notar dolor de cabeza, incluso náuseas y rigidez muscular.

Siempre se ha dicho que las adicciones no son sanas, pero desde luego el café también tiene un montón de beneficios para la salud, así que no es un pecado ser adicto a la cafeína.

Entre otros beneficios reduce el riesgo de sufrir coágulos sanguíneos o enfermedad del Parkinson. También evita la formación de piedras en el riñón y mejora las alergias y el asma. Desde Eboca recomendamos a los consumidores seguir tomando 2-3 tazas de café al día.

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